Por: JOSÉ MIGUEL ARRUEGO > Madrid
La primera vez que vi torear a Iván aún estaba modelando su concepto. También su anatomía. Fue en la Feria de Guadalajara de 2004, tres o cuatro días después de cortar una oreja en su presentación como novillero en Las Ventas.
Su muletazo aún era corto, muy vertical, porque su cintura todavía era
robusta y rígida, pero el embroque ya tenía angostura y destilaba
emoción. Había en aquel proyecto en agraz una base de valor sólida y
sincera, un pilar fundamental sobre el que años después, con el espíritu
de sacrificio diario y una disciplina espartana, se edificaría y
desarrollaría su tauromaquia.
Lo que ya tenía claro entonces eran sus valores. Reconozco que cuando me los empezó a desvelar Néstor,
con quien intercambié mis primeras conversaciones al reclutar los
resultados de los festejos en aquel verano, pensé que dentro de su punto
de romántico tenía otro de iluminado. El lío vino cuando todas aquellas
reflexiones y razonamientos empezaron a cumplirse, incluso en las
portátiles y los pueblos donde entonces luchaban a brazo partido por
abrirse un hueco. Siendo testigo directo de aquella manera tan ambiciosa
como auténtica, tan desnuda como utópica, tan compleja, tan cruda, de
salir adelante y querer llegar a la cúspide partiendo de más abajo del
subsuelo, era imposible no identificarse con el proyecto.
A Iván tardé más en acercarme. Me acojonaba verlo en
un patio de cuadrillas y procuraba no hacer coincidir su mirada con la
mía. Fue en Illescas, después de un festejo del Certamen de Castilla la Mancha,
cuando empecé a romper el hielo. Eran sus primeros años como matador,
una travesía dura e ingrata, en la que después de cada triunfo en
‘monumentales’ como Fontanar, Torija o Brea de Tajo dudaba si aquellos esfuerzos delante de toros de Madrid, poniéndose como si de verdad estuviera en Las Ventas, le valdrían algún día, tal y como estaba diseñado el entramado taurino, si quiera para poder confirmar su alternativa.
Los cuatro años de incertidumbre que transcurrieron desde que El Juli le invistiera matador en Vista Alegre en la Aste Nagusia de 2005 hasta que Ferrera le ratificara el doctorado en el San Isidro de 2009 le sirvieron a Fandiño
para apuntalar su concepto. Su cintura, más estilizada, comenzó a
cimbrearse, el muletazo creció en longitud, y también en profundidad,
porque el ajuste era el mismo de siempre, y la intensidad se
multiplicaba, no sólo en el último tercio, sino en sus saludos a la
verónica, sus quites, generalmente con el capote a la espalda, dejándose
llegar la embestida a milímetros de su anatomía, o en sus estocadas, ya
entonces un canon de perfección por su modo tan puro y auténtico de
atacar, tan en corto, tan en rectitud.
En la Semana Santa de 2010 le vi tentar seis ‘pepas’ en la ganadería de Javier Gallego, y después de ver cómo anduvo con ellas, cómo las expuso en la soledad del campo, y hasta dónde se las dejó llegar -‘ya vale Iván’, le imploraba Néstor una vaca tras otra, mientras él le miraba en mitad del embroque y le decía ‘espera que me tiene que rozar con la pala en el muslo’– no tuve duda de que aquel tío iba a ser figura. Por eso no me extrañó que un mes después cortara a ‘Agricultor’, un ‘pavo’ de Guardiola, la primera de sus 13 orejas en Las Ventas. El toro pasó sin humillar, apenas duró quince muletazos, y nunca se empleó del todo, pero a Iván, que lo toreó muy asentado a la verónica, le sirvió para que Las Ventas
comenzara a creer en él, sobre todo después de echarse sobre el testuz
para asegurar la estocada, aún a costa de salir por los aires. Había
llegado su momento.
Aquella oreja la canjeó, por ejemplo, por sendos debuts en Pamplona o Zaragoza, entre otras plazas, pero sobre todo la utilizó para multiplicar su ambiente. Fue al año siguiente, después asustar a Las Ventas en la goyesca del 2 de mayo con una faena épica al pavoroso ‘Delicioso’ de Carriquiri, y de ratificar en San Isidro su proyección con otras dos orejas, la última de un hondo Cuadri llamado ‘Podador’, cuando las ferias del circuito le acabaron abriendo hueco en sus carteles. Imborrable de mi memoria su actuación en San Fermín, donde fue a chiqueros a recibir con el capote a la espalda a un toro de Fuente Ymbro
al que cortó una oreja al alcance de muy pocos después de matarlo de
manera soberbia. Pero, convaleciente de un fuerte percance en la Feria de Málaga, aún tuvo que revalidar toda su temporada en la Feria de Otoño en un mano a mano con David Mora, que Iván
afrontó a cara de perro. Estoy seguro que sin la oreja (el único trofeo
de la tarde) que arrancó a un exigente burraco de la difícil corrida de
Gavira, aquella pareja, formada de un modo un tanto forzado, nunca hubiera existido.
Los años siguientes Iván defendió con uñas y dientes el hueco que se había abierto en la élite. Después de una brillante temporada americana (Iván también conquistó aquel continente y dejó una legión de partidarios sobre todo en Lima y Medellín, los dos grandes feudos fandiñistas al otro lado del charco) firmó un 2012 para enmarcar que arrancó abriendo la Puerta Grande en la Feria de Fallas de Valencia, con una corrida de Fuente Ymbro y que continuó de modo triunfal en Sevilla y Madrid donde paseó sendas orejas de toros de Victorino y El Montecillo. Salió en hombros en Pamplona con una corrida de El Pilar, lidió dos corridas en solitario en Bilbao y Valencia en apenas un mes, cortó dos orejas a un encierro de Jandilla en las Corridas Generales de la Aste Nagusia y repitió éxito en Madrid con una gran actuación en la Feria de Otoño frente a una corrida de Valdefresno, triunfos a los que une los del suroeste francés, que le distingue como el torero del año después de verle salir en hombros en Dax, Bayona y Mont de Marsan. Las Puertas Grandes de Arles, Salamanca, Guadalajara, Pontevedra o Toledo, junto a las americanas de Lima y Cali redondearon un año dorado, que culmina con la Oreja de Oro al triunfador de la temporada, que concede Radio Nacional de España.
Con rango y vitola de torero grande, abre el 2013 cortando una oreja en Castellón y Valencia a toros de Fuente Ymbro, pero después de quedarse fuera de Sevilla, resulta herido en Madrid en la primera de las tres comparecencias que tenía ajustadas, al entrar a matar a un toro de Parladé al que realiza la mejor faena de la Feria de San Isidro. Retorna a los ruedos por todo lo alto en Soria, luego de un mes de convalecencia, para seguidamente erigirse en triunfador de la Feria de San Fermín, donde, a pesar del bullicio y la algarabía, son capaces de calibrar un toreo reposado, encajado y hondo a la vez, al jabonero ‘Malicioso’ de Fuente Ymbro, y cortar cinco orejas en dos apoteósicas actuaciones en Mont de Marsan. Bayona -donde lidia en solitario una corrida de Fuente Ymbro– y Dax
le vuelven a ver salir en hombros y por segundo año consecutivo se alza
con el premio al triunfador del suroeste francés, éxitos al que suma
una épica faena en Bilbao a un fiero astado de Jandilla llamado ‘Cachero’, una de las cumbres de una temporada que también cuenta con éxitos destacados en Arles, Santander, Cáceres, Salamanca, Burgos, Palencia, Cuenca, Almería, Ciudad Real y Zaragoza, donde realizó la mejor faena de El Pilar al toro ‘Duermevela’, de Parladé. Por segundo año consecutivo Radio Nacional de España le premió con la Oreja de Oro al torero más destacado del año.
Su toreo, tan puro, tan genuino, tan verídico como su forma de
desenvolverse, en los ruedos y en la vida, había adquirido sello propio,
desde su verónica honda y embraguetada, a sus quites de reunión
inverosímil, casi siempre por gaoneras o saltilleras, o sus faenas de
muleta, descritas siempre muy aplastado en la arena, con la muleta por
delante cuando el toro tenía tranco, algo más retrasada, vendiendo mucho
cada cite y cada embroque, cuando el animal tenía medidos el fuelle y
el recorrido. Y de postre, sus angustiosos cierres de faena, por
mondeñinas o bernadinas, antes de uno de sus célebres volapiés. La
temporada 2014 estuvo marcada por su salida en hombros de la plaza de Las Ventas el 13 de mayo, durante la Feria de San Isidro, después de cortar dos orejas a dos toros de Parladé, al último de los cuales entró a matar sin muleta. Luego redondearía su paso por Madrid en la Corrida de Beneficencia, cortando una nueva oreja de un toro de Alcurrucén,
a la postre la última en una plaza que, como a tantos de sus hijos
predilectos, pronto comenzaría a exigirle hasta la intransigencia.
Volvió a triunfar en sus feudos más reconocidos, como Pamplona, donde un año más fue el triunfador de San Fermín, con cuatro orejas en dos tardes, dos de ellas al toro ‘Español’ de Victoriano del Río, y en el suroeste de Francia mantuvo su estatus con una tarde antológica en Mont de Marsan (tres orejas a un encierro de La Quinta) y dos grandes actuaciones en Bayona,
donde consiguió dos Puertas Grandes pero también sufrió una severa
lesión vertebral tras ser violentamente volteado por un toro de Montalvo. Alicante, Valladolid, Linares (se alzó con el trofeo Manolete), Huelva, Vitoria, Valencia, El Puerto de Santa María, Ciudad Real, Pontevedra, Soria, Palencia, Coruña y Guadalajara, donde se encerró en solitario con seis temperamentales toros de Jandilla a los que cortó cinco orejas, dieron fe de la rotunda campaña del vizcaíno.
Inconformista por naturaleza, guerrero, luchador y tenaz, Fandiño
nunca se conformó con lo que tuvo ni con lo que logró, que ya era
mucho. Quería el cetro. Y en 2015 buscó el mayor desafío de su carrera:
Seis toros en Las Ventas, de ganaderías de las
denominadas ‘duras’, tan ponderadas por el sector más exigente de la
afición madrileña, cuyo anuncio despertó una expectación sin
precedentes. Junto a sus éxitos en el ruedo, el mayor logro de su
carrera fue llenar Las Ventas, sin la ayuda del abono y con su nombre como único reclamo, aquel Domingo de Ramos. Ese festejo era un desafío al sistema, una amenaza al engranaje empresarial, si el resultado hubiera sido brillante Iván
se hubiera hecho el amo del toreo. Sin duda. Pero el resultado no
estuvo a la altura de las expectativas generadas, y se lo hicieron
pagar. Interesó más vender su fracaso que su ‘no hay billetes’, se obvió
que ningún toro dio opciones reales de éxito, y el único vencido fue el
torero de Orduña, a quien los empresarios pusieron el
pie encima para que su osadía nunca volviera a resultar una amenaza,
mientras el aficionado más conspicuo puso en práctica esa costumbre tan
española de hacer leña del árbol caído. Aquella corrida le pesó mucho
durante la temporada, aunque consiguió por ejemplo otro gran éxito en Mont de Marsan, donde salió en hombros junto a Enrique Ponce en un apoteósico mano a mano, cortó orejas en Pamplona, Beziers, Bayona o Palencia y abrió la Puerta Grande en Cuenca o Guadalajara, donde cuajó al bravo colorado ‘Imperial’ de El Ventorrillo, pero la sensación que se quiso transmitir y la que repetían corrillos y mentideros, era que Fandiño estaba en declive.
Aquel año, en cierto modo, yo también le abandoné. No fui capaz de
soportar la presión de asistir a aquellos juicios tan severos como
injustos a los que era sometido y preferí verlo en el campo, donde, sin
la presión del traje de luces y del que se sienta en el tendido, Iván
enriqueció su tauromaquia. Sus toques se volvieron más sutiles, su
trazo más suave, y su toreo, tan reunido como siempre, ganó en
plasticidad y cadencia. Incluso con la mano izquierda, que siempre le
cantaron menos, toreaba ahora igual o incluso mejor que con la diestra.
Testigos mudos, encinas, robles, alcornoques y un puñado de
privilegiados ganaderos entre ellos, sus amigos Antonio Muñoz, Alberto Revesado, Álvaro Polo y José Luis Pereda. En 2016 ya se vio ese toreo en plazas alejadas del circuito como Sabiote, donde cortó un rabo a un astado fuerte y serio de Villamarta, o Villamayor de Santiago donde le vi ‘acariciar’ a dos ‘patasblancas’ de Caridad Cobaleda de los que obtuvo cuatro orejas. También lo corroboraron varios de sus feudos fetiche, entre ellos Bayona o Dax, cuya faena a un toro de Fuente Ymbro
fue premiada como la mejor de su temporada, palparon de primera mano
esa evolución, pero la obra que define y da credibilidad a esa vuelta de
tuerca, fue la que le dibujó al toro ‘Lagunero’ de Jandilla en su último paseíllo en la oscura arena de Vista Alegre. Una obra de seda descrita por un torero de hierro. Naturalidad, despaciosidad y hondura. Cadencia, suavidad y encaje de un Fandiño
hasta entonces desconocido para muchos. Porque nunca habían visto
torear así al vizcaíno. Sin un tirón, casi sin toques, frente a un toro
que tenía tanta calidad como justa fortaleza, al que había que torear
con esa clase y ese pulso para afianzarlo y sacarle su fondo. Una obra
grande, artísticamente, la mejor de su carrera.
Esa faena lo volvió a poner de actualidad y pese a cerrar el año con dos cornadas en Úbeda y Zaragoza, acabó el curso al alza. Esa trayectoria ascendente la prolongó al inicio de esta temporada, en el Carnaval de Ciudad Rodrigo, en la Corrida de Primavera de Guadalajara o la Feria de Pascua de Arles, donde consiguió la última de sus 21 Puertas Grandes en plazas de primera. Aunque Madrid,
tan proclive a devorar a sus hijos, no quiso verlo, su enriquecida
tauromaquia era cada vez más palpable a ojos de los que no van a la
plaza con la faena hecha. Una semana antes de la tragedia, le vi cuajar
un ‘Victorino’ en Plasencia como nunca
hasta entonces. Embrocado con el toro un metro antes, muy hundido en la
arena, en series de hasta seis y siete muletazos, sometidos, que no
forzados. ‘Hoy te he visto torear como en el campo’, le dije. ‘Es que cada vez tengo más interiorizada esa manera de torear, y me fluye con más asiduidad’, me respondió. ‘Ya verás como este año, a poco que los toros me ayuden, te voy a dar muchas alegrías’…
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